Solsticio de verano en Kukulcán: uno de los momentos más mágicos de Chichén Itzá

El solsticio de verano en Chichen Itzá revela la conexión maya entre astronomía y cosmogonía, aunque menos atractivo que el equinoccio, es un momento mágico, científico, y de poder ancestral.

Castillo de Kukulcán. Crédito: INAH

Cada 20 o 21 de junio ocurre el solsticio de verano en el hemisferio norte, en la península de Yucatán, este fenómeno astronómico fue observado por los antiguos mayas como un momento crucial, vinculado al ciclo agrícola, los cambios estacionales y las manifestaciones del orden cósmico.

Para los mayas, el cielo funcionaba como un calendario viviente donde el solsticio marcaba la transición entre la estación seca y la temporada de lluvias, época de siembra de sus cultivos. Su conocimiento les permitió ajustar ceremonias religiosas y decisiones agrícolas en armonía con los movimientos celestes.

Durante esta fecha, el Sol pasa casi por el cenit en Chichén Itzá, ubicándose casi exactamente sobre la vertical de los observadores por lo que las sombras se reducen, generando una sensación visual y simbólica de que el Sol está directamente sobre la Tierra, en contacto con los hombres y los templos de los dioses.

Para los antiguos mayas, este instante no sólo representaba un cambio estacional, sino también un punto de máxima energía, fertilidad y renovación, era un momento clave en la cosmovisión maya, cuando los portales entre el mundo terrenal y el divino se abrían, permitiendo a los pueblos rendir homenaje y pedir abundancia para su comunidad.

Sol sobre Chichén Itzá. Crédito: INAH

El castillo de Kukulcán y su vínculo solar

La Pirámide o El Castillo, es una joya de la ingeniería astronómica prehispánica, si bien el fenómeno visual más famoso ocurre en los equinoccios, cuando la sombra de una serpiente desciende por la escalinata, el solsticio de verano también tiene un papel simbólico importante en el diseño y orientación del templo.

En el solsticio, los rayos solares inciden de manera casi perpendicular sobre la cima de la pirámide y aunque no se forma la serpiente de luz y sombra, la plataforma superior queda iluminada de manera majestuosa, resaltando el trono sagrado del dios Kukulcán en una escena de poder celestial que cubre la morada de lo divino.

Kukulcán, el dios serpiente-emplumada, simboliza la unión del cielo y la tierra y su presencia en los templos mayas se relaciona con el renacer, el agua y la fertilidad. En tiempos de solsticio, su invocación era vital para atraer lluvias benéficas y garantizar el equilibrio ecológico y espiritual del mundo maya.

Este tipo de alineación solar demuestra cómo los templos eran más que edificios: eran observatorios cósmicos y escenarios rituales. A través de ellos, las élites mayas comunicaban su poder, interpretando los mensajes del cielo para gobernar la tierra, en este sentido, la pirámide era el eje del Universo, tanto físico como espiritual.

Celebraciones, cosechas y espiritualidad

Como mencionamos antes, el solsticio coincidía con el inicio de la temporada de lluvias, esencial para el cultivo del maíz, frijol y calabaza, la tríada agrícola mesoamericana, por ello, los mayas realizaban ceremonias y ofrendas a Chaac, dios de la lluvia, y a Kukulcán, para asegurar cosechas abundantes y la fertilidad de la tierra.

Estas ceremonias incluían danzas, cantos, incienso y posiblemente sacrificios, que se realizaban en las plazas cercanas a la pirámide, convirtiendo los rituales no sólo en actos religiosos, sino también sociales y políticos, donde se reforzaba la cohesión comunitaria y se agradecía a los dioses por permitir el florecimiento del mundo natural y humano.

Edificio El Caracol, se cree que era un observatorio astronómico. AL fondo el Castillo de Kukulcán. Crédito: INAH

Durante las noches próximas al solsticio, también se observaban las estrellas y constelaciones importantes para el calendario maya. Algunos estudios sugieren que edificios como El Caracol eran observatorios que permitían seguir los movimientos solares, lunares y estelares, mostrando una comprensión avanzada del firmamento y sus ciclos anuales.

Así, el solsticio era un portal temporal entre dimensiones, una oportunidad para sintonizar con el universo, incluso hoy en día, algunas comunidades mayas siguen celebrando esta fecha con rituales tradicionales que combinan elementos prehispánicos y contemporáneos, como parte de una espiritualidad viva que honra los ritmos del cielo y de la tierra.

Un momento mágico que sigue atrayendo

En la actualidad, miles de personas visitan Chichén Itzá para experimentar el solsticio de verano y aunque no hay un espectáculo visual como en los equinoccios, muchos visitantes aseguran sentir una energía especial, convirtiéndose en una oportunidad para reconectar con la historia, la naturaleza y los misterios cósmicos del mundo maya.

Desde temprano, turistas, investigadores y creyentes se congregan frente a la pirámide para observar cómo el Sol asciende y baña de luz la cima del templo, el silencio matutino, interrumpido sólo por aves o caracoles rituales, convierte al amanecer en un momento sagrado y profundamente conmovedor.

Este renovado interés ha impulsado estudios arqueoastronómicos que siguen revelando los secretos de Chichén Itzá y la precisión con que se diseñaron los edificios, alineados con los solsticios, equinoccios y pasos cenitales, demuestra que los mayas eran astrónomos brillantes con una cosmovisión profundamente conectada al entorno.

Así, el solsticio de verano sobre El Castillo de Kukulcán continúa siendo un momento mágico: una herencia ancestral que aún inspira admiración y disfrutarlo es una forma de mirar también hacia adentro, y comprender que, como los mayas, todavía buscamos nuestro lugar en el Universo.