José Hernández: el niño campesino que tocó las estrellas al convertirse en astronauta de la NASA

Contra todo pronóstico, José Hernández pasó de cosechar tomates a operar un brazo robótico en el espacio y su historia nos recuerda que nuestro origen no define nuestro destino.

Astronauta Dr. José Hernández. Crédito: NASA

Mucho antes de flotar en la ingravidez del espacio, José pasaba sus días caminando entre matorrales pues su infancia fue la de un niño inmigrante, con una maleta siempre a medio hacer porque cada año, su familia viajaba del oeste de México en el estado de Michoacán al oeste de Estados Unidos en el estado de California, siguiendo la cosecha como quien sigue una promesa.

No aprendió inglés hasta los doce, y cambiaba de escuela hasta cinco veces al año. Mientras otros niños jugaban fútbol, él cargaba botes llenos de jitomates, sin embargo, algo en su mirada apuntaba más alto.

Cuando a los diez años vio por televisión cómo el Apolo 17 despegaba, ese instante sin saberlo, le cambiría la vida, mencionándole a su papá que quería ser astronauta, recibiendo de vuelta un consejo que José nunca olvidó.

Su padre le dio un plan de seis pasos para lograr cualquier sueño: el primero, dijo, es saber a dónde quieres llegar; estudiar, esforzarse, perseverar y nunca dejar de creer, lo demás, es historia.

Desde ese día, José no solo soñaba con las estrellas: empezó a trabajar por ellas, un trabajo que no fue fácil. Fue rechazado once veces por la NASA, pero nunca se rindió. Como buen agricultor, sabía que las semillas tardan en dar fruto.

Misión STS‑128

Después de mucho trabajo, al fin la llamada que esperó por años, llegó en 2004 cuando la NASA lo eligió como parte de su equipo de astronautas ya que había superado las pruebas más duras, tanto físicas como personales, sin duda alguna el campo lo había preparado para resistir.

Cinco años después, en septiembre de 2009, voló al espacio a bordo del transbordador Discovery, en la misión STS‑128 y durante casi catorce días, trabajó en la Estación Espacial Internacional operando el brazo robótico y ayudando a instalar nuevos módulos científicos.

Allá arriba, a más de 300 kilómetros de la Tierra, mandó varios mensajes históricos al ser el primer astronauta en twittear en español desde el espacio:

¡Saludos a todos desde el espacio! Estoy viendo América Latina y se ve hermosa

Mensajes que miles de hispanohablantes leímos con los ojos llorosos y para muchos mexicanos, se convirtió en algo más que un astronauta, fue la señal clara de que los sueños no tienen frontera y que si alguien alguna vez cruzó la frontera a pie también puede cruzar el cielo en cohete.

Una misión aún mayor

Pero la historia de José no empieza ni termina con la NASA, ya que antes de ser astronauta había dejado huella en la ciencia al trabajar como ingeniero en el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore, donde participó en el desarrollo de la primera mamografía digital de campo completo.

Ese avance permitió detectar cáncer de mama con mayor precisión y su trabajo, aunque menos mediático que su viaje al espacio, ya estaba salvando vidas porque José nunca trabajó sólo por él: su carrera fue también una forma de devolver lo recibido.

El astronauta José Hernández recibe ayuda para ponerse su traje de lanzamiento y entrada al transbordador para una sesión de entrenamiento en el NASA JSC en Texas. Crédito: James Blair / NASA

Después de retirarse de la NASA en 2011, fundó su empresa de ingeniería, una bodega de vinos —Tierra Luna— y una fundación para inspirar a jóvenes de comunidades inmigrantes pues para él, ser el primero no era suficiente, quería asegurarse de no ser el último.

En sus conferencias, suele repetir los seis pasos de su padre. Los usa como mapa para quienes vienen detrás porque sabe bien que la inspiración no basta, hay que acompañarla con acción, estructura y constancia.

De la vida real al cine y de regreso

En 2023, su vida llegó a la pantalla con A un millón de millas, una película protagonizada por Michael Peña y dirigida por Alejandra Márquez Abella. Un filme que muestra su infancia, su lucha, sus errores y su triunfo. Pero, sobre todo, muestra el poder de la familia.

Adela, su esposa, aparece como una figura clave pues fue ella quien le recordó, más de una vez, que los sueños no pueden vivirse solos, que cuando uno va al espacio, también hay alguien en casa sosteniéndolo todo, y sin duda, esa parte también merece su crédito.

La película no idealiza a José, por el contrario lo muestra humano, terco, cansado, a veces inseguro pero siempre decidido. Porque esa es su verdadera hazaña, no la de llegar al espacio, sino la de no abandonar su camino cuando todo parecía estar en contra.

Hoy, su historia sigue viajando por escuelas, redes sociales y plataformas de streaming y no como un cuento de hadas, sino como una guía práctica para romper techos, abrir puertas y volar sin olvidar de dónde vienes.