¿Por qué se llama “Desierto de los Leones” si no es un desierto ni hay leones?

Al poniente de la Ciudad de México, este Parque Nacional se alza como uno de los rincones más emblemáticos y enigmáticos de la región. Intrigante, desconcertante e inmensamente verde: ni dunas ni fieras. Entonces, ¿qué historia esconde su nombre?

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Desde escapadas familiares con días de campo y paseos a caballo, hasta desafiantes rutas ciclistas de alto rendimiento, el Desierto de los Leones se convierte en válvula de escape del ritmo frenético de la Ciudad de México.

En lo alto de las montañas que rodean la Ciudad de México, se extiende un lugar tan misterioso como fascinante: el Parque Nacional Desierto de los Leones. Con su exuberante vegetación, parece estar lleno de contradicciones. ¿Por qué un nombre que evoca paisajes áridos y fieras salvajes? Ni es desierto ni hay leones... ¿entonces qué onda?

La respuesta es tan rica en historia como el lugar en biodiversidad. Y es que el parque está más lleno de vida que un tianguis un sábado por la mañana. Lo que comenzó como un refugio religioso se transformó en el primer parque nacional del país.

Según la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (CONABIO), en el parque existen más de 750 especies de plantas y animales (43 se encuentran en alguna categoría de riesgo y 47 son exóticas).

No son solo sus senderos y bosques. Es el misterio que envuelve al ex convento y su famosa Capilla de los Secretos, objeto de relatos y especulaciones por siglos. ¿Qué susurraban los monjes en este lugar? ¿Qué secretos aún esconde su pasado?

Aunque muchas de estas preguntas ya han encontrado respuesta, el origen de su nombre sigue siendo un enigma escondido entre las ramas del tiempo. Esperando, paciente, que deshilen el tejido de historias que le da su identidad.

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El Parque Nacional Desierto de los Leones, con sus 1529 hectáreas de verdor infinito, se alza como un pulmón de coníferas al poniente de CDMX.

Entre historias y leyendas

A inicios del siglo XVII, los Monjes Carmelitas Descalzos eligieron este rincón de montañas como su refugio espiritual. Fue en 1611 cuando levantaron un convento que, más que piedra y madera, estaba hecho de votos de silencio y fe.

Pero no todo era contemplación y plegarias. Dentro del convento, la Capilla de los Secretos se alzó, rodeada de muros más atentos que discretos. Su peculiar acústica permite que un susurro viaje de un extremo al otro. Cómplice de las confesiones privadas, alimenta todo tipo de leyendas. Aún hoy, algunos afirman, en las noches más calladas, escuchar el eco de voces antiguas.

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En su historia no solo figura haber sido el hogar del convento de los Monjes Carmelitas Descalzos (1611-1814), sino también haber servido como campo de maniobras y cuartel del cuerpo nacional de artillería en 1845.

De parques y conservación ambiental

La vida en el convento se caracterizaba por la austeridad y la meditación, alejados del bullicio capitalino. El aislamiento les permitía dedicarse a la oración, y preservar los manantiales que abastecían de agua a la Ciudad de México.

Desde 1786, el Desierto de los Leones marca también el inicio de la política de conservación ambiental de México.

En 1814, los monjes abandonaron el convento debido a los conflictos de la Guerra de Independencia, y el lugar fue utilizado como cuartel militar y almacén. Décadas más tarde, en 1917, fue declarado el primer parque nacional del país, marcando el inicio de una etapa de conservación ambiental hasta convertirse en el refugio natural que conocemos hoy.

¿Desierto?

La verdad, de desierto no tiene ni las ganas, ¿y entonces?. Pues es más un tema de aislamiento que de aridez. Para los Carmelitas Descalzos, un "desierto" no era un páramo seco y desolado, sino un refugio de soledad y calma, ideal para la introspección y la conexión espiritual.

De hecho, este término era comúnmente utilizado por las órdenes religiosas para bautizar aquellos lugares apartados, lejos de las distracciones del mundo. En este caso, el "desierto" era el denso bosque que los envolvía: un mar de árboles y silencio.

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Es el parque nacional más antiguo de la ciudad, un auténtico respiro verde en medio del océano de concreto capitalino.

¿Y los leones?

Bueno, aquí tampoco rugen fieras ondeando la melena al viento. Pero el misterio tiene dos posibles teorías. La versión más aceptada apunta a los hermanos León, dueños de las tierras y representantes de los Carmelitas ante la Corona Española.

La otra teoría, más salvaje, cuenta que en estas montañas rondaban gatos monteses, tan imponentes que los locales los apodaron "leones." Sea cual sea la verdad, el nombre mezcla espiritualidad, historia y un toque de misticismo que le viene como anillo al dedo a este lugar.

Un parque natural que es testimonio de cómo la historia, la religión y la naturaleza se entrelazan y fascinan. Su nombre, desconcertante al principio, encapsula su esencia como refugio espiritual y hogar de historias que merecen ser contadas. Es un rincón donde el pasado susurra, la naturaleza abraza y el misterio se entrelaza entre los árboles.