El Caracol: uno de los observatorios astronómicos más antiguos de América, creado por los Mayas

En Chichén Itzá, el edificio conocido como El Caracol, una torre circular que era un observatorio para seguir el Sol, la Luna y Venus; revela cómo los mayas transformaron la arquitectura en ciencia.

La civilización maya centró gran parte de su actividad intelectual en la observación del cielo y los astros. Crédito: INAH.

En medio de la Península de Yucatán, al sureste de México, se levanta un edificio que parece ajeno a las líneas rectas del mundo maya: El Caracol. Una torre circular con ventanas alineadas al cielo y que a simple vista, parece una ruina extraña; pero en realidad fue un observatorio astronómico con funciones precisas.

Su nombre moderno proviene de la escalera en espiral que conecta los niveles internos, evocando la forma de un caracol. La estructura, aunque erosionada, todavía muestra esas aperturas calculadas para enmarcar salidas y puestas de astros en fechas específicas que los antiguos sacerdotes-astrónomos podían observar el firmamento.

En 1975, Anthony Aveni y su equipo confirmaron que las alineaciones del Caracol coincidían con eventos astronómicos clave, entre los que destacaban los equinoccios, solsticios y, sobre todo, los movimientos de Venus, planeta de enorme importancia en la cosmovisión maya.

La arquitectura no era un capricho estético, cada orientación tenía un sentido ritual y práctico, por ejemplo, el ciclo de Venus marcaba guerras, rituales y calendarios agrícolas. Al observarlo, los mayas podían anticipar fenómenos y reforzar el poder de sus líderes, que se presentaban como mediadores entre el cosmos y la comunidad.

Chichén Itzá fue una ciudad sagrada y científica: un espacio donde arquitectura, astronomía y religión se entrelazaron para mantener el equilibrio con el cosmos y legitimar el poder. Crédito: INAH.

Hoy día sigue siendo un símbolo del ingenio maya que nos recuerda que la ciencia y la espiritualidad estuvieron profundamente entrelazadas. Lo que para nosotros es arqueoastronomía, para ellos era vida cotidiana, un registro del cielo convertido en piedra para ordenar el tiempo y legitimar la historia.

La torre que seguía a Venus

El planeta Venus fue observado con obsesión por los mayas, sus ciclos de 584 días encajaban en complejas cuentas calendáricas y se relacionaban con la guerra y los sacrificios rituales. El edificio contenía ventanas orientadas a puntos específicos del horizonte donde aparecía o desaparecía este astro brillante, anticipando su movimiento.

Los investigadores demostraron que varias aberturas permitían seguir no sólo el orto helíaco de Venus, sino también la salida del Sol en fechas clave del año, algo así como un calendario vivo. Mucho más que un simple monumento, era un reloj cósmico construido en piedra y silencio, con una precisión sorprendente

Aunque ha perdido secciones, todavía se identifican ejes visuales que conectan con fenómenos celestes, lo que sugiere que los mayas no sólo dominaban la observación a ojo desnudo, sino también la proyección arquitectónica de datos astronómicos en estructuras permanentes; convirtiendo el paisaje en un instrumento científico monumental.

El Caracol demuestra que los mayas desarrollaron un sistema observacional al combinar su calendario ritual con estos alineamientos, lograban anticipar eventos y darles un marco religioso. Ciencia y mito se entrelazaban, y esa unión fortalecía su cosmovisión, donde nada estaba desconectado, lo humano, lo divino y lo celeste eran un mismo tejido.

Arquitectura como ciencia

El diseño de El Caracol rompe con la estética habitual de la arquitectura maya, su planta circular y muros con aberturas calculadas muestran una intención distinta: la observación. Si bien el edificio se erige sobre una plataforma cuadrada, su torre central revela una fusión única entre función práctica y simbolismo cósmico.

Los arqueólogos han identificado al menos 20 alineaciones astronómicas posibles en sus restos, que coinciden con el paso del Sol en equinoccios y solsticios. Algunas otras, con posiciones extremas de la Luna en patrones que no son casuales, implican mediciones repetidas a lo largo de generaciones, codificadas después en piedra.

Corte cenital de El Caracol. Crédito: A.P. Maudslay, Biología Centroamericana; Arqueología, Londres; R.H. Porter. Vol. III (Láminas), Lámina 20.

Para los mayas, observar el cielo no era una actividad aislada, sino parte de una estrategia para ordenar el tiempo y legitimar decisiones políticas. Los gobernantes que controlaban ese conocimiento se presentaban como intérpretes del cosmos, y el Caracol se convirtió en su herramienta de autoridad y prestigio frente al pueblo.

Chichén Itzá fue declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1988, y El Caracol ocupa un lugar especial dentro de ese reconocimiento, no sólo como ruina arqueológica, sino como evidencia viva de que las civilizaciones antiguas supieron dialogar con el cosmos, inscribiendo sus conocimientos en piedra para la eternidad.

El resultado es una obra que combina ciencia, religión y poder. Su torre circular, con su espiral interna, no es solo un observatorio, es también un símbolo del movimiento perpetuo; un recordatorio arquitectónico de que el tiempo fluye como una corriente interminable entre los cielos y la tierra.

Un legado en piedra y cielo

A pesar de su deterioro sigue despertando fascinación, y en cada temporada alta aparecen nuevas interpretaciones: desde su posible uso como marcador de eclipses hasta su papel como santuario de rituales vinculados a Venus y la fertilidad. El misterio permanece, alimentando tanto la imaginación como la curiosidad.

La comunidad arqueoastronómica continúa revisando estas alineaciones con tecnología moderna, programas de simulación celeste que permiten comprobar cómo los mayas estudiaron el cielo hace más de mil años. Estudios que refuerzan la idea de que no era un templo común, sino un observatorio planificado con exactitud matemática.

Su legado no sólo pertenece al pasado, en un mundo donde la ciencia a veces parece distante de la vida cotidiana, nos recuerda que mirar el cielo puede ser también un acto cultural, espiritual y comunitario y, al observar las estrellas sigue siendo una forma de conectar con nuestra humanidad compartida.

Referencia de la noticia

Chichén Itzá: un lugar para observar el cielo, Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Enero 2024