¿Qué es la física y cómo explica el mundo que te rodea?
La física es el arte de explicar el mundo. Entre ecuaciones e historias, descubramos la aventura humana de entender lo que nos sostiene… y lo que a veces se nos cae encima.
El tiempo es relativo. Personalmente, me pasa que ciertas cosas ocurren como en cámara lenta. Como hoy, cuando la taza caía de la mesa para hacerse pedacitos en el suelo. Mientras, las gotas de café salpicaban en todas direcciones. E incluso ahí: movimientos, trayectorias, fuerzas interactuando. Ahí, empieza la física, justo cuando coinciden curiosidad y cotidianidad.
Durante siglos, los humanos hemos intentado entender lo que nos rodea. Galileo dejó caer esferas desde una torre; Newton miró una manzana caer del árbol y pensó en la Luna; Einstein se imaginó cayendo en un ascensor y terminó doblando el espacio-tiempo. Y es que la historia de la física es, literalmente, una historia de caídas.
Pero no solo cayeron objetos, también certezas. Cada descubrimiento físico derriba una idea vieja, para levantar otra nueva y, muchas veces, más extraña que la anterior. Lo que hoy se da por hecho no son verdades absolutas, sino acuerdos temporales entre el Universo, intuición y lo mucho que aún desconocemos.
Porque sí, todo cae hacia abajo —excepto la presión—, la Tierra no es el centro del cosmos, y la física, en el fondo, es el arte de encontrar patrones donde parece reinar el caos, es la historia detrás de muuuchos “¿por qué?”. Una ciencia que impresiona y que a menudo intimida. Y es que cuando la reducimos a fórmulas, le quitamos su alma: una ciencia que nació de mirar el mundo con curiosidad.
La física no solo explica el mundo: lo traduce, y lo vuelve universal. Una partitura en constante evolución que nos ayuda a entender el ritmo mismo del Universo, el orden oculto detrás del caos y da sentido a lo cotidiano.
De manzanas y lunas
Y ese ritmo descubierto, tiene su base armónica en Aristóteles: el primer gran intérprete de la naturaleza. Allá por el siglo IV A.C. fue el primero en intentar describir cómo y por qué se mueven las cosas. En su tiempo Física significaba el estudio de la naturaleza. Sin telescopios ni laboratorios, pero con la herramienta más poderosa en la ciencia: curiosidad.
Con el “¡Eureka!” de Arquímedes llegó el primer acorde de esta sinfonía universal. El famoso “¡Eureka!” (en griego: “¡lo encontré!”) es uno de los episodios más célebres y simbólicos de la historia de la ciencia, y suele marcar el origen de la física como ciencia experimental: usar la observación cotidiana para descubrir una ley universal.
Luego vendrían acordes de péndulos, cañones e inclinadas torres renacentistas. Y fue Galileo el que trajo la ciencia moderna. Con planos inclinados, esferas y relojes improvisados, descubrió que los cuerpos aceleran al caer y que el movimiento puede describirse con números.
Newton, por su parte, le puso letra a la sinfonía universal. Uniendo en 1687 el cielo y la tierra con la famosa Ley de Gravitación Universal. Según cuentan, cuando vio caer una manzana, no solo pensó por qué caía hacia abajo, sino si la misma fuerza que la hacía caer era la que mantenía a la Luna girando alrededor de la Tierra.
Así se entendió que la misma fuerza que atrae hacia abajo a la manzana es la que mueve a la Luna y la mantiene "cayendo" eternamente alrededor de la Tierra. Y con Newton, nació la física clásica: una sola física para todo el Universo. Una idea que rigió durante más de dos siglos: todo tenía causa y efecto, acción y reacción, y por supuesto, inercia.
De absoluto a relativo
Pero a principios del siglo XX, el ritmo cambió de acordes. Mientras Einstein doblaba el espacio y el tiempo, otros físicos se asomaban al mundo diminuto de los átomos, donde las partículas aparecían y desaparecían, la luz es onda y a la vez partícula y la radioactividad marcaba tendencias. ¡Llegó la revolución!, y hasta las certezas se volvieron relativas.
Para Einstein, la gravedad no hala, sino que "dobla". El espacio se curva alrededor de las cosas, el tiempo se estira —se dilata—, y la materia sigue esas curvas: como una moneda rodando sobre una sábana tensa que se curva bajo el peso de una estrella. Así nació la relatividad y, con ella, la física clásica se transformó en la física moderna, donde espacio, tiempo y energía no son absolutos.
En la relatividad, el tiempo ya no corre igual para todos, porque depende de la velocidad a la que te mueves y la intensidad de la gravedad en la que estás. El tiempo pasa más despacio cuanto más rápido te mueves (cerca de la velocidad de la luz), o cuanto más fuerte es el campo gravitatorio en el que estás.
En la superficie terrestre el tiempo pasa un poquito más lento que en la Estación Espacial Internacional por la gravedad. Pero allá arriba la diferencia por velocidad es mayor que por gravedad. Por eso la famosa “paradoja de los gemelos”: uno se queda en la Tierra, el otro viaja al espacio y vuelve más joven.
Pero en el siglo XX no solo la relatividad cambió la forma de mirar el Universo. Cuando el átomo aún se creía indivisible, los estudios sobre radioactividad de Marie Curie demostraron que la materia podía transformarse, descomponerse y liberar energía. Así nació la física nuclear y el uso médico de la radiación: la radioterapia para tratar el cáncer, las imágenes de rayos X y la dosimetría.
De lo invisible y lo inimaginable
Con el siglo XXI llegaron más preguntas sin respuesta y telescopios del tamaño de ciudades. Hoy, sabemos que solo el 5 % del Universo es materia visible. Todo lo que vemos y "entendemos" —planetas, estrellas, galaxias, nosotros— representa apenas ese 5 %. El resto es una mezcla de materia y energía oscuras que hace ghosting a los astrónomos.
Sabemos que la física es curiosa, irreverente, testaruda y se alimenta de cotidianidad. Quizás no midas en julios, hectopascales o unidades estelares, pero vives rodeado de ella, que nos enseña que el mundo no es como lo vemos, sino como lo entendemos… y pos a veces ni eso. Quizá el Universo no necesite ser entendido —solo admirado—, ¡pero qué bonito que alguien siga intentándolo!