Comunidades resilientes: cómo se adapta México al cambio climático y a los eventos extremos
En México, la vulnerabilidad al cambio climático tiene rostro, nombre y geografía. Los extremos se intensifican... y las comunidades, desde abajo, están sembrando resiliencia con memoria, ingenio y trabajo colectivo.

Levantarse con el Sol es honrar la tierra. Nɨkɨjpyë’ën—"Buenos días", en lengua ayuujk. Cuidar la milpa. Y se va al campo temprano, cuando el Sol apenas se asoma tras la Sierra Mixe. Sus cultivos son su vida: tradición y cultura de un pueblo en Oaxaca que respira tierra y siembra vida. Un pueblo, de identidad marcada y vulnerabilidad climática latente.
El cambio climático llega y deja a su paso evidencias irrefutables: calentamiento global, derretimiento de glaciares, mayor frecuencia e intensidad de eventos extremos... Pero no pega a todos por igual. Algunos pueblos, sistemas, comunidades, son más vulnerables por las condiciones sociales y estructurales en las que viven. Y mientras, el maíz ya no crece como siempre.
Ante una realidad que cambia a una velocidad alarmante, adaptarnos y ser resilientes se vuelven cruciales. Y se resisten... desde los valles semiáridos del norte hasta los manglares tropicales del sur. Comunidades enfrentando un clima que se vuelve más impredecible, más agresivo y que, aun así, continúan sembrando vida.
No es ciencia abstracta: México se calienta más rápido que el promedio mundial y más del 70 % de su territorio está expuesto a amenazas hidrometeorológicas. Las desigualdades preexistentes —pobreza, marginación, falta de servicios básicos— aumentan los riesgos. Y, sin embargo, hay resistencia. Silenciosa a veces; creativa, muchas otras; y profundamente arraigada a saberes locales.

Florecer desde la grieta...
Ante los cambios del clima, el campo comenzó a reinventarse. En la Huasteca potosina, se han retomado técnicas tradicionales como sembrados de milpa intercalada con árboles frutales. Así, además de conservar la humedad del suelo, se aumenta la resiliencia alimentaria y se mejora la biodiversidad local.
Proyectos apoyados por la FAO en Oaxaca y Chiapas muestran que las prácticas agroecológicas, combinadas con monitoreo climático comunitario, reducen las pérdidas por sequía hasta en un 40 %. Es producir sin agotar el suelo, sembrar respetando ciclos naturales y recuperar semillas nativas más resistentes al calor o a la sequía. Es herencia, saber pasado para transformar futuros.
Pero no es solo conocimiento técnico, la organización es clave. En Sonora, frente al avance de la desertificación, ejidos completos han organizado comités de vigilancia del agua, acciones para reforestación con especies nativas y almacenamiento de agua de lluvia en ollas comunitarias.
En ciudades costeras, como Cancún y La Paz, vulnerables al aumento del nivel del mar, se trabaja en sistemas de drenaje sustentable y zonas de amortiguamiento natural usando manglares. Mientras, varias colonias en CDMX construyen azoteas verdes y sistemas de captación pluvial frente a la escasez de agua, apoyados por colectivos locales.
Las comunidades ayuujk enfrentan lluvias más erráticas, deslaves más frecuentes y la pérdida progresiva de fuentes de agua. Y, sin embargo, desde sus asambleas comunitarias y el trabajo colectivo —el tequio—, impulsan acciones locales de resiliencia.
Resiliencia es conocimiento heredado, tiene rostro y guarda historia. Es una adaptación que va más allá de políticas públicas. Viene de abajo, con raíces en la experiencia nativa y sostenida en cooperación. Resiliencia. Una forma de vida. Sembrar sabiendo que el clima ya no es el mismo, pero la voluntad de resistir —y transformar— está más viva que nunca.
Referencias de la nota:
- Programa de Investigación en Cambio Climático (PINCC). 2023. Estado y perspectivas del cambio climático en México: Un punto de partida. Universidad Nacional Autónoma de México.
- Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA). 2015. Atlas de vulnerabilidad hídrica en México ante el cambio climático.