Devastación silenciosa: miles de hectáreas de Selva Yucateca desaparecen por tala ilegal
En pleno 2025, la Selva Yucateca pierde miles de hectáreas en silencio, consumidas por un modelo de producción que avanza sobre el bosque como si fuera tierra vacía.

Desde hace más de 10,000 años, entre el canto melancólico y nocturno del pu’ujuy, respira la Selva Yucateca. Los aluxes, pequeños guardianes del monte, merodean por sus senderos. Los Caminantes del Mayab aún la recorren, explorando, tanteando el alma del monte. La selva escucha, siente... pero últimamente, ya no respira como antes.
La maraña verde impenetrable se ha ido desdibujando. Ahora hay surcos, cultivos y maquinaria estacionada sobre un suelo herido, desgastado. Es una devastación silenciosa, pero con impactos profundos: la historia de un texto vivo que alberga biodiversidad y cultura, y del que están borrando sus líneas.
La Selva Maya se extiende por Belice, el norte de Guatemala y el sureste de México. Considerada la selva tropical más grande de México y Mesoamérica, y la segunda más grande de América, después de la Amazonía, es, además, la reserva de agua más grande de Mesoamérica.
Dentro de sus más de 14 millones de hectáreas, la Selva Maya alberga diversos ecosistemas y especies, muchas endémicas y en peligro de extinción como el jaguar, el tapir y el mono aullador. Otras, como el árbol de ramón, el chicle, el cacao, la abeja africanizada y la abeja melipona, forman parte esencial de la seguridad alimentaria y los ingresos de las comunidades rurales.

Además, la selva es hogar de comunidades mayas con un legado milenario. Sin embargo, no se libra de amenazas como la deforestación, la expansión agrícola y ganadera, la tala ilegal y el tráfico de especies. Un ecosistema vital que también enfrenta amenazas significativas que requieren acciones urgentes para su conservación.
Quién tala sin permiso
Entre mayo y junio de 2025, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) clausuró siete predios en la Península de Yucatán —Campeche, Quintana Roo y Yucatán— por la remoción ilegal de vegetación. Más de 2 600 hectáreas habían sido desmontadas sin autorización, para establecer agricultura mecanizada, caminos, sistemas de riego y uso de fuego.
En Tekax, Yucatán, el daño fue de al menos 350 hectáreas, presuntamente por parte de comunidades menonitas, quienes arrasaron con la vegetación natural para transformar la zona en terrenos agroindustriales, sin autorización legal. Daños que más allá de las cifras duelen en árboles centenarios perdidos, en aves silenciadas, en humedad arrancada del suelo.
En la zona impactada se utilizó maquinaria pesada. A un costado quedaron los restos carbonizados de raíces, troncos y ramas. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) denunció que este tipo de prácticas agrícolas contribuyen a una deforestación acelerada en zonas de alta biodiversidad y pone en riesgo a especies vulnerables.
Más allá de las cenizas
Según cifras de Greenpeace, en promedio, se están perdiendo 196 hectáreas al día en la región. Y aunque los cultivos son una fuente de ingresos para algunos, también provocan pérdida de biodiversidad, erosión de suelos, alteración de los ciclos hídricos y liberación de carbono a la atmósfera.
No se trata de una práctica aislada ni espontánea. La tala ilegal amenaza también derechos humanos y el patrimonio del pueblo maya. Las comunidades indígenas y rurales que habitan estos territorios enfrentan ahora menos recursos naturales, menos sombra, menos agua. Y lamentablemente, muchas veces, menos voz.

La Profepa respondió con aseguramientos de maquinaria, decomisos de madera y clausuras temporales. Sin embargo, las sanciones penales y económicas no siempre se aplican con rigor, y las restauraciones ecológicas no compensan la pérdida.
Antagonistas claros
No se trata de demonizar a una comunidad. Hay menonitas que practican una agricultura sustentable y viven al margen del conflicto. El problema es el modelo productivo que premia desmontar, sembrar rápido y exportar más, sin importar que se destruye en el proceso. Un fin que no justifica los medios, y mucho menos las cenizas.
Urge promover prácticas sustentables en la agricultura, ganadería y silvicultura, e implementar acciones de conservación basadas en ciencia. Varias organizaciones trabajan en crear las condiciones necesarias para que la región deje de ser un foco de deforestación y se consolide como una economía verde en beneficio tanto de las personas como de la naturaleza.
La selva no grita, pero su silencio pesa. Cada hectárea perdida rompe cada vez más los equilibrios que sostienen la vida en la Península. Hoy, en la tierra de los cenotes, donde la lluvia se filtra directo a los acuíferos, proteger la vegetación no es un lujo ecológico: es cuestión de supervivencia.