Las posadas duran 9 noches por una razón astronómica que se remonta a los aztecas: este es el secreto

Nueve noches de celebración con origen en la cosmogonía azteca y su observación del cielo, coinciden con el solsticio, cuando Huitzilopochtli, el Sol, renace al cruzar los 9 niveles del Mictlán.

En el hemisferio Norte, el solsticio de invierno es cuando el Sol alcanza su punto más al Sur.

En México, la tradición de las posadas esconde un secreto ancestral que se remonta a mucho antes de la Navidad moderna. Los mexicas organizaban festejos siguiendo de cerca el comportamiento del cielo, cuando su calendario dictaba que se acercaba un momento de cambio y renovación.

El punto clave era el solsticio de invierno, un evento marcado en casi todas las culturas como día de renovación. La palabra "solsticio" significa, de hecho, "Sol detenido". Los aztecas se percataron de que el Sol parecía no moverse durante unos días antes de retomar su camino de vuelta hacia el Norte.

Para el pueblo mexica, los últimos días de diciembre representaban un periodo crucial de gestación divina. El Sol, visiblemente debilitado por la distancia, descendía a su punto más bajo en el horizonte y lo llamaban "El niño Sol".

La fiesta principal de esta época era el Panquetzaliztli, que celebraba el nacimiento y renacimiento de Huitzilopochtli, el niño sol y deidad de la guerra, un dios que renacía del vientre de Coatlicue, la Madre Tierra, justamente en estas fechas.

Colibrí Zurdo era otra acepción para Huitzilopochtli.

Este lapso de espera y tránsito hacia el renacimiento tenía una duración simbólica de nueve noches exactas. Este número se asociaba al tiempo de gestación y al mismo tiempo al paso por los nueve niveles del inframundo del Mictlán, antes de volver a la luz.

La victoria del colibrí que asciende

Este “renacimiento” solar ocurría el 21 de diciembre, justo en el Solsticio de Invierno. Según la cosmovisión azteca, Huitzilopochtli derrotaba a su hermana Coyolxauqui (la Luna) y a sus 400 hermanos, las estrellas del sur, un evento mitológico en el Panquetzaliztli.

Huitzilopochtli, cuyo nombre significa "Colibrí zurdo" o del sur, era simbólicamente comparado con este pájaro ya quel Sol se veía diminuto a la distancia, como un colibrí y su ascenso, celebrado en lugares como Malinalco, marcaba el inicio de su regreso.

Tras morir el 20 de diciembre y descender al inframundo, el niño precioso (Xiuhpiltontli) nacía entre el 20 y 23 de diciembre en el punto más a la izquierda del horizonte. A partir de ahí, comenzaba su “vuelo” ascendente hacia el norte.

Por su trayectoria ascendente, el Sol también era conocido como Cuauhtlehuanitl, que se traduce como "águila que asciende". Este ascenso solar, después del momento de mayor oscuridad, simbolizaba la conquista de las debilidades y el florecimiento interior.

La adaptación evangélica

En el año de 1587, los misioneros católicos como Fray Diego de Soria adaptaron esta festividad solar, pidiendo permiso a la iglesia española para establecer las “misas de aguinaldo” del 16 al 24 de diciembre, según ellos, en honor al peregrinaje de José y María.

Los evangelizadores españoles reconocieron la gran fuerza simbólica de ese ciclo de nueve noches de preparación y ritual astronómico y lo transformaron en la conmemoración de los nueve días que María y José buscaron alojamiento antes del nacimiento de Jesús.

Pirámide de Santa Cecilia Acatitlán en Tlalnepantla, Estado de México. Templo prehispánico restaurado, dedicado a Huitzilopochtli.

De esta forma, un marco cósmico y espiritual prehispánico conservó intacto su número original, el nueve, aunque se llenara con un nuevo significado. Este fenómeno de adaptación es común en la historia religiosa, como el vínculo entre Tonantzin Tlalli Coatlicue (Madre Tierra) y la Virgen María.

Lo que inició como una ceremonia puramente religiosa en las iglesias se expandió rápidamente a las calles, convirtiéndose en una tradición cultural. Las Posadas siguen marcando el momento de mayor oscuridad, esperando el renacimiento de la luz, tal como en el ciclo solar antiguo.

Ecos del Panquetzaliztli

En el primer día de la veintena, un corredor veloz cargaba la imagen de Huitzilopochtli, hecha de masa de tzoalli, una procesión iniciaba en la Gran Casa del Sol (Huey Teocalli). Algo que era la carrera ritual del Panquetzaliztli también fue adaptada.

Una multitud de personas, que se habían preparado con ayuno, corría detrás del portador de la deidad, llegando a Tacubaya o Coyoacán. Esta escena de peregrinación masiva por las calles se asemeja al acto moderno de salir a pedir posada, simulando el viaje de María y José.

Las ofrendas a los árboles frutales y plantas comestibles durante el Panquetzaliztli también influyeron, cuando se les colocaban banderas (pantli) y se les ofrecían tortillas y pulque en agradecimiento por sus frutos anuales.

Estos rituales públicos se asemejan a la costumbre actual de las Posadas de ofrecer comida y dulces a los invitados. Las piñatas, la colación, el ponche y los aguinaldos son ecos de esa fiesta ancestral, que celebraba tanto al Sol renaciente como a la fertilidad de la tierra.