Qué es la Piedra del Sol o Calendario Azteca y cómo funciona

La Piedra del Sol, llamada Calendario Azteca, es un monolito que unía astronomía, religión y cosmogonía de la cultura mexica al revelar sus ciclos cósmicos, mitología y el sistema calendárico.

En 1790 se descubrió este enorme monolito, de aproximadamente 24 toneladas, en el lado sur de la Plaza Mayor de la Ciudad de México. Crédito de la imagen: Fabián González. INAH.

La Piedra del Sol es un monolito de basalto de 24 toneladas, 3,6 metros de diámetro y más de un metro de grosor fue hallada en 1790 en el Zócalo de la Ciudad de México. Aunque se talló en 1479, bajo el reinado mexica, hoy es la pieza central del Museo Nacional de Antropología.

Su superficie estuvo originalmente pintada de rojo y amarillo, colores asociados al Sol y al fuego, como reveló un estudio del INAH en 2004. Más que un simple calendario, fue un monumento ritual, vinculado a la cuenta del tiempo y a los sacrificios que alimentaban al astro.

El rostro central representa a Tonatiuh, el Quinto Sol que lleva atributos de guerrero triunfante como la corona, las plumas de águila, arrugas que simbolizan sabiduría y un cuchillo de pedernal como lengua, signo del sacrificio. Sus garras sostienen corazones, recordando que la vida dependía de la ofrenda humana al cosmos.

Alrededor del rostro se encuentran los símbolos de los cuatro soles anteriores: Jaguar, Viento, Lluvia y Agua, eras cósmicas destruidas por cataclismos. El actual, Nahui Ollin (4 Movimiento), anuncia que el mundo terminará con un gran terremoto. Es así como la piedra nos narra tanto el origen como el destino del universo.

Piedra del Sol (calendario solar). Una representación del tiempo del México antiguo. Crédito: INAH. Gobierno de México

El diseño concéntrico integra mito y astronomía: círculos de días, meses y puntos cardinales, rodeados por serpientes de fuego (xiuhcóatl), donde cada nivel simboliza un orden del tiempo y de la vida, reflejando la visión cíclica que marcaba la existencia mexica.

Los calendarios que guiaban la vida

La cosmovisión mexica se sostenía en dos cuentas temporales:

  1. El tonalpohualli, de 260 días, servía para la adivinación, los nacimientos y los destinos y estaba compuesto por 20 signos y 13 números, generando combinaciones únicas que daban identidad y carga simbólica a cada día.
  2. El xiuhpohualli, de 365 días, regulaba la vida agrícola y ritual. Se dividía en 18 meses de 20 días, más 5 adicionales, los nemontemi, considerados nefastos. Estos días “sin provecho” se vivían con cautela, pues podían traer desgracias.

Ambos calendarios se entrelazaban formando el ciclo de 52 años, la “atadura de años” o xiuhmolpilli y al concluir, los mexicas, que temían el fin del mundo, celebraban la ceremonia del Fuego Nuevo, apagando todas las llamas y encendiendo una nueva en el pecho de un sacrificado.

Así, la Piedra del Sol condensaba estas cuentas, no como un calendario portátil, sino como un monumento que recordaba el ritmo cósmico, el paso de las eras y la fragilidad del presente bajo el movimiento del Sol.

Los signos del destino

El anillo que rodea a los soles muestra los 20 signos de los días mexicas, desde Cipactli (lagarto) hasta Xóchitl (flor). Cada uno estaba tutelado por una deidad y asociado a un rumbo, un color y un destino que no sólo se asociaba a nombres, sino a fuerzas que marcaban la vida cotidiana.

Estos signos se usaban también para nombrar a los recién nacidos, por ejemplo, un niño podía llamarse “8 Venado” o “2 Movimiento”, según la fecha de su nacimiento pues se creía que ese signo determinaba su carácter, su suerte y su lugar en el mundo.

Las monedas mexicanas tienen grabada la Piedra del Sol, desde su anillo más externo ($1 peso), hasta el círculo más interno con los 5 soles ($10 pesos). Crédito: Banco de México.

La relación entre tiempo, deidad y persona hacía que cada jornada tuviera un sentido ritual y nada era casual, ni los matrimonios, ni las siembras e incluso hasta las guerras se planeaban según la lectura del calendario.

De esta manera, el calendario no solamente medía días, sino que organizaba la vida, reforzando la conexión entre el hombre, la naturaleza y los dioses, es decir, la Piedra del Sol era la representación material de esa red de significados.

Un legado que sigue latiendo

El último círculo de la piedra muestra a dos serpientes de fuego, cuyos cuerpos rodean todo el monolito y cuyos rostros se enfrentan. Algunos estudios sugieren que representan al Sol y a Quetzalcóatl-Venus, reforzando la relación entre los astros y los destinos humanos.

Tras su hallazgo en 1790, la Piedra del Sol se convirtió en un emblema nacional y si bien en el siglo XVIII se interpretó como un calendario astronómico, hoy se comprende como un monumento ritual y cosmogónico, que sintetiza en piedra la visión mexica del Universo.

Contemplarla es entender que, para los antiguos mexicanos, el tiempo no era lineal ni abstracto. Era un ciclo vivo, tejido con mitos, dioses y estrellas.

Cada día tenía un rostro y un destino, cada Era, un principio y un final.

Es así como la Piedra del Sol sigue susurrándonos al oído y nos recuerda que el tiempo es sagrado, que el cosmos está en movimiento y que, en ese vaivén eterno, los humanos somos parte de una historia cósmica mayor.