El día que el cielo cayó sobre Yucatán: así fueron las primeras 24 horas del impacto que cambió la vida en la Tierra
Hace sesenta y seis millones de años, un asteroide colosal golpeó la península de Yucatán, desencadenando una catástrofe global que extinguió a los dinosaurios y transformó la vida para siempre.

Hace 66 millones de años, un asteroide de unos doce kilómetros de tamaño, impactó directo en la Tierra, no existía forma de detenerlo, el lugar exacto en la superficie donde chocó fue lo que hoy conocemos como la península de Yucatán.
En su choque, liberó una energía tan enorme que fue millones de veces más poderosa que la mayor bomba atómica moderna, en cuestión de segundos hizo que el suelo dejara de comportarse como roca sólida y fluyera como líquido.
Así se formó un cráter gigantesco de casi doscientos kilómetros de diámetro. El terreno comprimido rebotó hacia arriba, creando una cadena circular de montañas en el centro, conocida como anillo de picos, un extraño paisaje que aún permanece oculto bajo sedimentos y agua marina.
El impacto generó terremotos que sacudieron el planeta entero y al mismo tiempo, enormes olas viajaron por los océanos, golpeando costas lejanas. No fue un desastre local, sino un evento global que se sintió en cada rincón de la Tierra.

Mientras tanto, fragmentos incandescentes regresaron desde la atmósfera como una lluvia de fuego. Los incendios se propagaron por continentes enteros y el cielo comenzó a oscurecerse, anunciando que lo peor aún estaba por venir.
Un planeta a oscuras
El impacto vaporizó rocas ricas en azufre que estaban bajo Yucatán, y materiales que formaron nubes de aerosoles que se esparcieron por la atmósfera, bloqueando la luz del Sol. Sin luz, la fotosíntesis se detuvo y las cadenas alimenticias comenzaron a colapsar.
Las temperaturas descendieron durante meses, quizá años, en el periodo conocido como “invierno de impacto”. No sólo hizo frío, sino que la lluvia se volvió ácida, dañando océanos, suelos y organismos ya debilitados por la falta de alimento.
Apenas media hora después del choque, el agua oceánica regresó con fuerza al cráter, arrastrando rocas fundidas, sedimentos y restos orgánicos. Las olas trajeron consigo carbón vegetal y restos químicos de bosques incendiados, mezclando señales marinas y terrestres, algo imposible de explicar sin un evento extremo.
Cuando el polvo fino finalmente se asentó, dejó una delgada capa rica en iridio, un elemento raro en la Tierra pero común en asteroides. Esa huella química es una de las pruebas más claras de que el impacto de Chicxulub estuvo ligado a la gran extinción.
Explorando el cráter oculto
En 2016, un equipo internacional de científicos perforó el cráter bajo el mar. El proyecto, llamado IODP-ICDP 364, extrajo cilindros de roca directamente desde el anillo de picos y por primera vez, se pudo leer la historia escrita bajo Yucatán.
Las rocas mostraron algo sorprendente, el impacto levantó granito profundo, no sólo capas superficiales y fue empujado varios kilómetros hacia arriba en minutos, confirmando que bajo presiones extremas la corteza terrestre se comporta de forma inesperada.

Dentro del cráter, el calor del impacto creó un sistema de agua caliente que duró cientos de miles de años y lo que parecía un infierno geológico se convirtió en un refugio para microorganismos amantes del calor, capaces de sobrevivir en condiciones extremas.
Este descubrimiento cambió la forma en que estudiamos los impactos ya que no sólo destruyen, también pueden crear ambientes donde la vida vuelve a surgir. Chicxulub se convirtió así en una clave para entender procesos similares en otros planetas rocosos.
La vida siempre encuentra un camino
Aunque cerca del setenta y cinco por ciento de las especies desaparecieron, la vida no se rindió. Microorganismos y pequeños animales regresaron al cráter en pocos años, colonizando el fondo marino y marcando el inicio de la recuperación ecológica.
La extinción abrió nuevas oportunidades evolutivas para mamíferos y aves. Antes discretos, comenzaron a diversificarse y ocupar los ecosistemas vacíos, es decir que, sin aquel impacto, el mundo actual —incluidos los humanos— sería completamente diferente.
Hoy, Chicxulub es uno de los mejores laboratorios naturales para estudiar grandes colisiones cósmicas, ayudándonos a comprender cómo estos eventos afectan climas, océanos y la posibilidad de vida en otros mundos del sistema solar.
El cielo cayó sobre Yucatán una vez, pero dejó lecciones duraderas: Chicxulub nos recuerda que la Tierra es frágil, cambiante y resiliente, y que incluso después del mayor desastre, la vida siempre encuentra la forma de volver a empezar.