La NASA tiene un trozo de la Luna en México: la zona del desierto de Sonora donde los astronautas entrenan
En Sonora existe un paisaje tan extremo, que la NASA lo usó para entrenar astronautas del programa Apolo pues cuenta con cráteres volcánicos, calor implacable y dunas únicas en el mundo.

La historia suena fascinante: la NASA habría traído un fragmento de la Luna y lo habría dejado en el desierto de Sonora, un rumor que circula desde hace años, pero desafortunadamente no existe evidencia científica ni documental que respalde esa afirmación popular.
Lo que sí ocurrió es más interesante que el mito, ya que durante la carrera espacial, la NASA buscó en la Tierra zonas que fueran capaces de simular condiciones lunares y lugares donde los astronautas pudieran entrenar la observación, el muestreo y la lectura geológica rigurosa.
En ese contexto apareció el noroeste de Sonora, el Pinacate y el Gran Desierto de Altar que ofrecían un entorno volcánico joven, árido, aislado y visualmente comparable a regiones observadas en las primeras imágenes orbitales de la superficie lunar.
Es por ello que en la década de los sesentas, astronautas del programa Apolo realizaron entrenamientos geológicos en esta región, caminando entre cráteres, analizando flujos de lava y aprendiendo a describir terrenos hostiles con precisión científica.

Y aunque no hay un pedazo de la Luna en el desierto mexicano, sí existe un sitio donde se ensayó la exploración espacial real, bajo condiciones extremas y con uno de los paisajes más singulares del planeta y de hecho, la NASA sí que le otorgó a México una roca lunar pero se encuentra en otro lugar.
Cráteres volcánicos para leer la Luna
El corazón científico de esta historia es el campo volcánico de El Pinacate, zona en la que se concentran cientos de conos, coladas de lava y grandes depresiones circulares que rompen la aparente uniformidad del desierto.
Sobresalen los cráteres tipo maar, formados por explosiones entre magma ascendente y agua subterránea. El resultado son cráteres anchos, profundos y de bordes bien definidos, sorprendentemente similares a ciertas estructuras lunares.
El ejemplo más conocido es el cráter El Elegante, con más de un kilómetro de diámetro. Su geometría casi perfecta lo convirtió en un laboratorio natural para que los astronautas practicaran interpretación geológica desde el terreno.
Caminar estos cráteres no era turismo científico, era entrenamiento intensivo para aprender a reconocer procesos volcánicos, edades relativas y texturas, habilidades clave para saber que tipo de rocas recogerían los astronautas en la superficie lunar.
Dunas estelares y un clima sin concesiones
Junto al campo volcánico se extiende el Gran Desierto de Altar, el mayor sistema de dunas activas de Norteamérica. Aquí dominan las dunas estelares, que son gigantes de arena moldeados por vientos que cambian constantemente de dirección.
Estas dunas no sólo impresionan por su tamaño sino que su forma revela dinámicas complejas de transporte y acumulación de sedimentos, procesos comparables a los que se estudian en otros cuerpos planetarios con superficies arenosas.

A este escenario se suma un clima extremo. Durante el verano, las temperaturas pueden superar los cuarenta y cinco grados Celsius, con suelos abrasadores, humedad mínima y una exposición solar constante y agotadora, algo similar a la radiación que recibirían en la superficie lunar.
Estas condiciones hicieron del desierto un entorno ideal para el entrenamiento. Además de geología, los astronautas pusieron a prueba resistencia física, toma de decisiones y trabajo científico bajo estrés físico y ambiental constante.
Del desierto sonorense a una vitrina científica
Hoy, El Pinacate y el Gran Desierto de Altar son Patrimonio Mundial de la UNESCO. Su valor no es sólo estético, sino científico e histórico, como archivo natural del volcanismo y de la preparación para la exploración espacial, de hecho el billete de 200 pesos mexicanos retrata el Cráter El Elegante en su anverso.
Comparar imágenes del desierto sonorense con fotografías de la Luna sigue siendo revelador, no solamente porque sean casi idénticas, sino porque muestran cómo la Tierra permite comprender procesos que también actúan en otros cuerpos del sistema solar.
Este viaje científico tiene otro capítulo en México. En Universum, el Museo de las Ciencias de la UNAM, se exhibe una roca lunar auténtica del programa Apolo, traída por astronautas como resultado de aquellas misiones y que puedes incluso tocar.
Sonora fue el ensayo bajo el Sol terrestre; Universum resguarda la evidencia final y juntos cuentan una misma historia: antes de pisar la Luna, hubo que aprender a leer la Tierra con rigor, paciencia y ciencia y eso se realizó, orgullosamente, en México.