Los osos polares no se rinden: su ADN evoluciona para sobrevivir al cambio climático

Los osos polares no solo cambian su comportamiento ante el calentamiento global: su ADN también está respondiendo. No es garantía de supervivencia, es intento de resistencia ante un alto riesgo de extinción.

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Cada generación de osos polares enfrenta un Ártico más cálido y menos estable que la anterior.

Cuando el entorno ya no fue pensado para ti, sigues existiendo. Aprendes a respirar de nuevo. Te reinventas. Eso es resiliencia: cambiar por dentro mientras el mundo se deshace afuera, hacer con lo que queda; aunque no se note, aunque no haya garantías. Y hay mucho de resiliencia en el mundo, incluso en tiempos de tantos cambios.

Hace unos 500,000 años, en medio de períodos glaciales, cuando el Ártico ofrecía nuevas oportunidades ecológicas, emergió una nueva especie derivada del oso pardo; especializada para un mundo frío, extremo, de hielo marino, focas y costas heladas. Así nacieron los osos polares.

Algunos osos pardos costeros, durante las glaciaciones, siguieron al hielo desde Europa, Asia y América del Norte. Comenzaron a cazar focas, pasar más tiempo sobre el hielo, adaptarse a una dieta rica en grasa. Y con el tiempo, el aislamiento, la selección natural y el hielo, el pardo comenzó a desdibujarse en blanco, dando lugar a una nueva especie.

Así, los osos polares se distribuyeron alrededor del océano Ártico, en las plataformas de hielo flotante. Sobreviviendo con un pelaje que se camufla con el entorno, capas gruesas de grasa bajo la piel para aislarlos del frío extremo, patas anchas y peludas para caminar sobre el hielo delgado, alimentándose de focas y un metabolismo adaptado a largos ayunos.

Pero el hielo está desapareciendo. Desde 1979, cuando comenzaron las mediciones satelitales, el Ártico ha perdido más del 50 % de su extensión de hielo marino en verano, alcanzando mínimos históricos en septiembre. El calentamiento global está eliminando justo aquello que hizo posible su existencia.

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El hielo marino, base de la vida del oso polar, se fragmenta cada vez antes y durante más tiempo.

Sin hielo no hay hábitat, ni caza eficiente, ni grasa y, sin grasa, no hay supervivencia. Si esta tendencia continúa, hay una probabilidad muy alta de que, en unas pocas décadas, las poblaciones de osos polares se reduzcan tanto que ya no puedan sostenerse por sí mismas. Y ya no se trata de si desaparecerán algunos osos, sino de si la especie podrá seguir existiendo como tal.

Perdiendo el blanco

La región ártica ha estado calentándose entre dos y cuatro veces más rápido que el promedio global en las últimas décadas, aumentando la pérdida de hielo marino. No solo se reduce en superficie, sino que el espesor y la edad del hielo también disminuyen, debilitando la “columna vertebral” que antes soportaba mejor el deshielo estival.

La región ártica se está calentando varias veces más rápido que el promedio global, lo que intensifica la pérdida de hielo marino.

En 2025, el Ártico volvió a marcar hitos preocupantes. El hielo marino alcanzó su máxima extensión invernal más baja desde que hay registros satelitales, y el hielo mínimo en verano fue de unos 4.6 millones de km², entre los más bajos de los últimos 47 años.

Según modelos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), existe hasta un 71 % de probabilidad de un colapso poblacional severo en 40 años si continúan las tendencias actuales. Esto implica una reducción de más del 90 % del tamaño actual de la población de osos polares.

Y 40 años es un plazo muy corto en términos evolutivos; equivale a unas 5-6 generaciones de osos. No hay margen para la evolución "clásica". Ahí está el meollo del asunto. El calentamiento avanza tan rápido que ni siquiera varias generaciones sucesivas —los tatatataranietos del oso actual— tendrían garantizado volverse biológica y ecológicamente eficientes para sobrevivir.

Ahí donde la vida no se rinde

Pero incluso en los escenarios más catastróficos, la vida sigue luchando. La naturaleza sorprende por su forma testaruda— e increíble— de aferrarse al existir, aun cuando seguimos empujándola al límite.

Un estudio publicado en 2025 analizó subpoblaciones de osos polares en la actualidad y descubrió algo impresionante. Los osos están respondiendo al calentamiento no solo con cambios de conducta (moverse más, ayunar por más tiempo, buscar nuevas presas). ¡Sino que está cambiando su ADN! La biología está reaccionando. Y aun sin garantías, resiste.

El trabajo se centró en una subpoblación de osos que vive aislada, al sureste de Groenlandia. Ahí, el entorno ya es más cálido, húmedo y variable, condiciones similares a las que enfrentará el resto del Ártico en las próximas décadas, si la tendencia actual continúa. Y los científicos detectaron cambios medibles en la actividad de su ADN. Algo poco común en la fauna silvestre contemporánea.

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Menos hielo implica habitar paisajes para los que no fueron diseñados: más tiempo en tierra, menor acceso a focas y más estrés fisiológico.

La clave gira en torno a los elementos transponibles (TEs): fragmentos del ADN capaces de copiarse o moverse dentro del genoma. Estos constituyen cerca del 38 % del genoma del oso polar. Y en los osos del sureste de Groenlandia los TEs están más activos, son más abundantes y evolutivamente más jóvenes, apuntando a una activación reciente y no a algo heredado hace miles de años.

¿El detonante? El calor. Mediante modelos estadísticos, se observó que, ante variaciones de temperatura, la actividad genética se organiza según el gradiente térmico (o hacia dónde varía el termómetro).

Y los genes que cambian son coherentes con lo que sabemos del Ártico hoy. Están relacionados con proteínas de choque térmico (las que responden al calor), metabolismo de grasas —en respuesta a un menor acceso a focas—, envejecimiento frente a ayunos más prolongados y respuesta inmune ante un mayor estrés fisiológico. Y sí, la biología responde, pero va contrarreloj.

¿Anticipo biológico del futuro?

El estudio de esta subpoblación del sureste de Groenlandia se considera clave. Porque, primero, vive en condiciones similares a las que el resto enfrentará en unas décadas. Está aislada, lo que permite detectar señales claras de adaptación. Y lo que ocurre hoy en su ADN podría ser lo que el resto de los osos polares enfrentará mañana.

El genoma se mueve, porque quedarse quieto ya no es opción. Y no, no es una victoria evolutiva, es una respuesta de emergencia. Este estudio no demuestra que los osos polares estén a salvo; no hay garantías. Lo que muestra es mucho más delicado: que incluso especies altamente especializadas están intentando adaptarse a un cambio que va demasiado rápido.

Es adaptarse con memoria, permanecer en el hielo que ya no alcanza. Imponerse en blanco, aunque se desdibuje cada vez más y más rápido. La pregunta es si tendrán tiempo suficiente. Porque sí, la resiliencia existe. Late en el ADN, en el hielo que resiste, en la vida que insiste, pero no puede reemplazar ni el tiempo ni el hielo que estamos dejando ir.

Referencias de la noticia

Diverging transposon activity among polar bear sub-populations inhabiting different climate zones. 2025. Alice M. Godden, Benjamin T. Rix y Simone Immler. Mobile DNA.

Polar bears are adapting to climate change at a genetic level – and it could help them avoid extinction. 12 de diciembre de 2025. Alice Godden. The Conversation.