El cielo nocturno de los aztecas: las constelaciones que veían en el Valle de México

Para los Mexicas, observar el cielo era un acto sagrado que definía su tiempo y espacio y sus constelaciones guiaban el calendario y religión, como una manifestación vital del orden cósmico.

Piramide del Sol y Vía Láctea.

Para los pueblos del Altiplano Central de México fue crucial la observación, funcionando como una herramienta vital para estructurar su organización espacial y temporal. De hecho, mirar el cielo se elevó tenía un rango religioso alto, transformándose en una forma especial de culto.

Los Mexicas, herederos del saber tolteca, trasladaron los conocimientos de los cuerpos celestes a su ámbito ideológico. Entender el movimiento ordenado de los astros permitía a los iniciados establecer un vínculo directo con ese Orden Universal, un valioso regalo de los dioses.

Un resultado fundamental de esta sabiduría astronómica fue el desarrollo del sistema calendárico mesoamericano. El calendario ritual de 260 días, el Tonalpohualli, y el solar de 365 días, el Xiuhpohualli, eran dones divinos que regían las actividades sociales y agrícolas.

La noche era gobernada por Tezcatlipoca, el "Espejo Humeante," la encarnación del cielo estrellado, un dios que se simbolizaba con el jaguar, cuya piel moteada se asemejaba al firmamento profundo, un concepto que vinculaba el mundo terrestre con el astral.

El tonalpohualli o cuenta de los días mexica. Códice Borbonicus de la colección Loubat. Dominio público.

La Vía Láctea, la banda luminosa que cruza el firmamento, era conocida como Citlalicue, "la de la falda de estrellas", también se le llamaba Mixcóatl, la "serpiente de nube," y se creía que era la morada de los dioses creadores.

La brújula celestial: Mamalhuaztli y Tianquiztli

Una constelación esencial era Mamalhuaztli, que significa "instrumentos para encender el fuego", pues su forma recordaba a los palos ceremoniales utilizados para sacar la flama. Se identificaba con las "Llaves de San Pedro" o los Mastelejos, y posiblemente correspondía a Orión o a estrellas cercanas a Aldebarán.

La observación de Mamalhuaztli era crucial durante la solemne Ceremonia del Fuego Nuevo, que se celebraba cada 52 años. La culminación superior de este asterismo, junto con las Pléyades, aseguraba que el cosmos no colapsaría y que el tiempo continuaría por otro ciclo de vida.

El cúmulo estelar de las Pléyades era reconocido como Tianquiztli o Miec, términos que se traducen como "mercado" o "muchedumbre". La salida heliaca de las Pléyades anunciaba la estación de lluvias, marcando así el inicio del ciclo agrícola vital para la sociedad.

Durante el rito del Fuego Nuevo, la población observaba a Tianquiztli para verificar que estuviera "en medio del cielo" a medianoche. Si el cúmulo estelar había alcanzado su punto más alto, el mundo se salvaba y el nuevo ciclo de 52 años podía comenzar con el encendido de la flama sagrada.

El Escorpión y la marca de Quetzalcóatl

La constelación del Escorpión era denominada Colotlixayac o Colotl, compuesto de las voces nahuas citlali, ‘estrella’, y colotl, ‘escorpión’. Esta es una de las pocas agrupaciones de estrellas que coincidía en su identificación con la tradición occidental y su aparición se asociaba al fin de la estación de secas.

El planeta Venus era la "Estrella Grande" (Huey Citlalin), el cuerpo celeste que más atención recibía después del Sol y la Luna. Era identificado directamente con Quetzalcóatl, la "Serpiente Emplumada," en su manifestación de Estrella de la Mañana.

Para los mexicas (o aztecas) el cinturon y espada de Orión era una de sus constelaciones principales. Crédito: Zeus Valtierra / Stellarium.

Quetzalcóatl era la luz, y Xólotl, su hermano gemelo, era la oscuridad, la Estrella Vespertina. Esta dualidad reflejaba el ciclo de Venus: una parte visible al amanecer y la otra al atardecer, viajando por el inframundo de noche.

El ciclo sinódico de Venus, redondeado a 584 días, se vinculaba directamente con el calendario. Cinco de estos ciclos equivalían a ocho años solares, un periodo de 2920 días que fue fundamental para el cómputo y las ceremonias mexicas.

Los cuerpos estelares del norte

Al norte del firmamento se ubicaba Citlalxonecuilli, identificada con la Osa Menor, a la que también llamaban "La Bocina". Su nombre, que se traduce como "bastón de muescas," se debía a su forma en “S”, similar al pan ceremonial que consumían.

La Osa Mayor, que los europeos a menudo llamaban "El Carro," fue nombrada Citlaltachtli, o "Juego de Pelota Estelar". Algunos textos la asociaban también con Tezcatlipoca, transformado en un tigre que, al descender, hundía su pata en el agua.

Las estrellas cercanas al polo norte, que son siempre visibles y nunca se ocultan, eran conocidas como inocciduas en latitud norte. Estas luminarias, al no presentar ocaso, eran vistas como entidades que no conocían la fatiga o la destrucción.

Estas constelaciones, nombradas y observadas con diligencia, demuestran que la astronomía Mexica no era una copia de otras, sino un sistema único con una compleja cosmovisión, presente incluso en la arquitectura, uniendo el orden geométrico de la Tierra con el ritmo impredecible y sagrado de los cielos.

Referencia de la nota:

Arqueoastronomía en la América antigua. Galido T., Jesús. Editado por Equipo Sirius. ISBN: 978-84-92509-56-0.