El secreto astronómico que la Virgen de Guadalupe lleva 494 años ocultando en su manto

Las estrellas del manto de la Virgen de Guadalupe han sido interpretadas como constelaciones, símbolos indígenas o mensajes celestes. Aquí exploramos qué dice realmente la historia, la astronomía y la ciencia.

Imagen de la Virgen de Guadalupe en el ayate de Juan Diego.

El manto de la Virgen de Guadalupe presenta cuarenta y seis estrellas doradas distribuidas sobre un fondo azul verdoso. Desde un punto de vista material e histórico, este diseño corresponde a técnicas pictóricas novohispanas del siglo XVI, sin evidencia documental contemporánea que describa un mapa celeste intencional.

El color azul verdoso del manto tiene un fuerte significado simbólico en Mesoamérica. Estudios de iconografía indígena muestran que este tono estaba asociado al cielo, al agua preciosa y al ámbito divino, especialmente entre los nahuas prehispánicos.

Las estrellas, en este contexto visual, no funcionan como puntos astronómicos medidos, sino como símbolos de orden cósmico tradicional. En códices mesoamericanos, la repetición de estrellas indica lo celeste, no una cartografía precisa del firmamento.

Desde la ciencia histórica, no existe registro del siglo XVI que afirme que el manto represente constelaciones específicas. Las primeras descripciones detalladas de la imagen se centran en su significado religioso, no en una lectura astronómica técnica.

El cielo del 12 de diciembre de 1531 (Calendario Juliano) a las 10:36 hr., es equivalente al del 22 de diciembre en calendario Gregoriano (actual). Crédito: Zeus Valtierra / Stellarium.

Por ello, el punto de partida científico es claro: lo que observamos podría ser una imagen simbólica del cielo, no un planisferio astronómico elaborado con criterios observacionales ni de esa época ni modernos.

Las hipótesis astronómicas modernas y sus límites

A partir del siglo XX surgieron propuestas que sugieren que las estrellas del manto coinciden con constelaciones visibles en el cielo de México el 12 de diciembre de 1531. Estas interpretaciones suelen invertir el cielo, como si se observara desde fuera de la esfera celeste y varias no toman en cuenta el cambio de calendarios.

En estas lecturas se identifican constelaciones del zodiaco grecolatino como Orión, Tauro, Géminis o Can Mayor. El problema científico es que las correspondencias varían entre autores y requieren ajustes subjetivos en posiciones y escalas.

Desde la astronomía profesional, una identificación de constelaciones exige criterios claros: coordenadas, magnitudes relativas y patrones geométricos reproducibles y ninguno de estos requisitos se cumple de forma consistente en el manto.

Además, no existe evidencia de que artistas indígenas o frailes del siglo XVI trabajaran con mapas estelares aplicados a imágenes devocionales y la astronomía mesoamericana seguía lógicas distintas. Por ello, la comunidad académica considera estas hipótesis como lecturas simbólicas modernas, interesantes culturalmente, pero no demostradas científicamente.

El cielo indígena: estrellas como lenguaje simbólico

Para los pueblos mesoamericanos, las estrellas no eran objetos distantes, sino entidades activas dentro del orden del cosmos. Investigaciones en etnoastronomía muestran que el cielo era leído como un sistema narrativo, no como un catálogo geométrico.

En la cosmovisión nahua, una figura femenina cubierta de estrellas evocaba una deidad celeste superior. Este recurso visual comunicaba dominio sobre el cielo nocturno, el Sol y la Luna, símbolos claramente reconocibles para un observador indígena del siglo XVI.

Las constelaciones que aparecen en el manto segun diversos autores. Se debe notar que la mayoría están truncas o no coinciden en lo absoluto.

Desde esta perspectiva, el manto no necesita representar constelaciones específicas para transmitir su mensaje. La sola presencia estelar establece una jerarquía cósmica comprensible dentro del pensamiento mesoamericano.

Este enfoque es históricamente más sólido que la lectura zodiacal europea, pues se alinea con símbolos presentes en códices, esculturas y murales prehispánicos ampliamente documentados. Así, la ciencia histórica y antropológica respalda una interpretación simbólica del cielo, no una astronómica literal.

Ciencia, historia y el límite entre mapa y metáfora

Desde la ciencia, no puede afirmarse que el manto de Guadalupe sea un mapa estelar preciso, ya que no cumple criterios astronómicos observacionales ni existe documentación que lo respalde desde su contexto histórico original, ni en fecha exacta, amén del horario de la supuesta aparición, cuando no se podía observar el fondo de estrellas.

Desde la historia del arte y la antropología, sí puede afirmarse que las estrellas fueron un recurso visual cuidadosamente elegido y que funcionan como un lenguaje común entre mundos culturales distintos, sin requerir precisión científica para aquellas épocas.

Este caso ilustra un punto clave de la divulgación científica: no todo lo que parece astronomía lo es. A veces, el cielo se usa como metáfora del orden, la autoridad o lo sagrado, no como objeto de medición.

Es por esto que debemos aclarar que separar fe, simbolismo y ciencia no debilita la imagen; la enriquece. Entender qué puede y qué no puede decir la ciencia nos permite apreciar el manto como lo que históricamente fue, una poderosa imagen que pudo (o no) hablar del cosmos y fue llevada a lo visual.